Es tan sencillo a veces ver lo que no queremos. Lo que queremos romper. Con lo que queremos acabar. Con la tristeza. Con el miedo. Con las cajas. A veces incluso es fácil ver lo que queremos. Y hasta cómo lo queremos. Pero, ¿qué hacemos con el camino? ¿Cómo dejar atrás lo que no queremos que nos pesa y nos lastra, y alcanzar lo que sí queremos? ¿Y si no lo alcanzamos nunca? ¿No sería mejor entonces no iniciar jamás el viaje?
Por supuesto que no. Y cualquiera que haya aprovechado una migración de pájaros para escapar de un planeta lo sabe. Que el viaje es lo importante. Que el viaje es lo que nos cambia, y nos salva, y nos transforma. Que quizás el destino sea aparentemente el mismo lugar del que partimos, pero ya no lo es, porque es otro tiempo, otra persona la que lo alcanza.
El camino es lo que da siempre miedo. No el destino. Cuando digo “quiero que mi vida sea así y así, así de feliz y de libre y de mágica”, eso no me preocupa. Me preocupan, me cansan, me aterran a veces los pequeños pasos que hay que dar. Pasos que a veces requieren destruir. Pasos que a veces requieren construir. Pasos que me saben muy pequeños, y que casi no avanzan, pero que en ocasiones son los únicos pasos que puedo dar.
Y no me vale con sólo soñar. Soñar no me lleva a ningún sitio. Así que seguiré dando esos pasos. Pequeños. Torpes a veces. Pero pasos. Construyendo sobre lo que era necesario destruir.
J.
Siempre. Leerte es un viaje a mis luces y a mis sombras. Y si, alguna vez me siento demasiado agotada como para seguir caminando o me vence la desgana, entraré aquí y te leeré, y seguiré caminando porque sabré, al menos, que no lo hago sola.
Hago una entrada. Tú la comentas. Y el comentario me hace hacer la siguiente entrada. No sé si tenemos algo precioso o un problema :-)