Desandar tus huellas para ver hacia dónde conducían tus pasos. Levantar el cuello del abrigo y enroscarte en la bufanda. Respirar el primer aire frío, y dejar que te envuelva en sabor a invierno. Desprenderte de las hojas, de los tallos, de las flores incluso, y convertirte en tronco, en raíz, en bulbo. Aprender a no ser casi, para así ser capaz de volver a ser en primavera.
Me hundiré en la tierra, buscando dónde nacen mis raíces. Me olvidaré de todo para así no perder nada. Y el invierno pasará sobre mí como un manto blanco que me envuelve mientras duermo. Y dormiré, y soñaré. También contigo.
Samhain llega y yo giro con él despojándome de lo que se ha secado, de lo que me sobra, de lo que amo y aún así debe partir. Llega, y enciendo la primera vela, la primera llama que querrá ser hoguera cuando regrese Yüle. Porque todo regresa. Todo acaba. Esa es la única enseñanza que nos hace falta cuando el invierno se aproxima.
Y, cuando nos alcancen los días verdes, y el viento cambie, y de nuevo apetezca ser flor, y fruto, y deshielo, cuando todo sea distinto, hay cosas que volverán a ser. que podrán serlo. Con o sin nosotros. Porque nunca hemos sido el centro de nada. Sólo una sonrisa que lanzar al mundo mientras la rueda gira. Sólo una nube blanca, dispuesta a ser cualquier cosa.
Aún así, búscame si te apetece. Cuando te apetezca.
J.