Se me escapa el universo por los poros cada vez que me giro un segundo.
Me aferro a todos los pájaros de la bandada, todos y cada uno, y al final en vez de viajar en todas direcciones me deshago en un remolino de plumas.
Confundo ser barco con ser remolino.
Quiero ser huracán, y ojo, y torre que lo desafía.
Pero no puedo hacerlo todo. No al mismo tiempo. Esa es la verdad, tan verdad que ni siquiera debería quererlo, mucho menos intentarlo.
Con lo cual al final la felicidad es aprender a desprender, a desdesear, a construir un mundo ni grande ni pequeño. Simplemente del tamaño que alcancen mis brazos.
Y entender que ese es mi mundo. Mis mundos. Mis galaxias, enormes o diminutas. Y ser feliz en ellas, y hacerlas ser.
J.