Con senderos que están terminando, con senderos que comienzan. Con rutas que no sabes a dónde llevarán y rastros que abandono para siempre. Al final todo es el camino. Al final todo es movimiento. Y es sencillo perderse en ese andar sin fin. No perderse de no saber dónde estás; quizás perderse de no saber hacia dónde quieres ir, hacia dónde debes ir. O aún más, saber a dónde pero no saber cómo alcanzarlo. Y otros modos de perderse, como olvidar quién eres en el viaje, quién tenías pensado ser.
En este punto del camino para mí quedan cosas atras, a las que no volveré nunca. Personas y lugares que han de marcharse para siempre. Pero después vendrá otras nuevas, con el otoño. Los profesores vivimos primaveras inversas. El verano trae perder lo que te rodea junto a la extraña tarea de reencontrarte a ti mismo. De ver que no te has perdido en el camino. Que eres algo distinto a ese camino. Que hay otros caminos. Y es una liberación, pero una liberación agridulce. El que regresará en septiembre será otro yo, con otras personas distintas que también me sorprenderán, a las que también querré, que también se irán luego. Así es el caminar.
Son días agridulces. Cargados de otros caminos y otros agridulces. De felicidades inmensas y tranquilas tristezas. De hacer las cosas como deben hacerse, con lo complicado que suele ser. De echar de menos y de echar de más. Son días como son. Sin más. Y el hacerlos girar sobre sí mismos no harán que cambien. Así que seguiré, los pasos que me quedan, los días que me restan por este sendero. Y después, se habrá terminado. Y empezará.
J.