Y a veces simplemente las cosas salen mal. Por muy buenas que fuesen tus intenciones. Por mucho que lo intentes. Hay equilibrios que no se pueden alcanzar. Hay cosas imposibles en este tiempo y en esta distancia. Y duele. Y duele ver cómo duele. Y no pasa nada, en el sentido de que es absurdo enfadarse con la lluvia, con el viento o con el invierno. Aceptar que te has equivocado, que no eres capaz de hacerlo todo bien, es algo que tarde o temprano hay que hacer. Que no puedes proteger a todo el mundo. Que no puedes salvar a todo el mundo. Mirar atrás, y decir “lo he hecho lo mejor que sabía, y lo siento”.
Luego curas. Porque la vida siempre tiende hacia la vida. Porque sobrevivir al invierno conlleva inevitablemente la primavera. Pero toda herida lo suficientemente grande, aunque cure perfectamente, deja cicatriz. Y a veces las cicatrices duelen. Por el cambio de estación, por el frío, por las tormentas, por los ecos y los encuentros inesperados. Pero las cicatrices somos nosotros. Las cicatrices son lo que hemos vivido, lo que hemos amado, lo que hemos intentado.
Y si he sido capaz de ver la hermosura de la cicatriz de otra persona, de acariciarla, de besarla, de quererla, tendré que ser igual de generoso conmigo mismo. Y eso es lo que debo seguir aprendiendo.
J.