No sé si alguna vez llegamos a expresarlo exactamente de esa forma. Supongamos que sí.
“¿Con quién te irías a una isla desierta?”.
Y la respuesta estaba clara. Porque teníamos veinte años, o ni siquiera eso, y el mundo era lo más alejado posible a las islas y los desiertos.
“Contigo, sin dudarlo”.
Luego, ha venido el tiempo, los meses se han convertido en años. Veinte, para ser exactos. Somos de números redondos. Y no hemos conocido islas desiertas, pero aquí estamos, confinados en un piso de sesenta metros cuadrados con tres niños. Seguro que hay islas desiertas más cómodas, o al menos más espaciosas. Aire fresco, cielo azul.
Y la pregunta, de repente, se vuelve trascendente. Tiene una aplicación práctica. ¿Con quién, ahora que sabes cómo es la realidad? Y la respuesta sigue siendo la misma, veinte años después.
Contigo.
Sin pensarlo.
A islas desiertas y a pisos repletos.
Por caminos difíciles, hasta las estrellas.
Siempre contigo. Por lo menos, otros veinte años más. Y, después, volveremos a hacernos la pregunta, y a no sorprendernos de que la respuesta sigue siendo la misma.
J.